PRESENTACIÓN DE LA NOVELA DE CARLOS GUILLERMO NAVARRO “EL VALLE DE LOS RISCOS” (CÍRCULO MERCANTIL – SEVILLA 25 SEPTIEMBRE 2018)

“Era Martes Santo, 11 de abril de 1995. el día en el que murió Alfonso Grosso a la una de la tarde de uno de los días iluminados que él había narrado en su novela ‘El capirote’…”.

Su extraordinario biógrafo, nuestro querido amigo el gran escritor y maestro de escritores Julio Manuel de la Rosa, fallecía el miércoles 7 de febrero de este año de 2018. Y en la noche del pasado sábado día 22 de septiembre de 2018 falleció José María de Mena, un hombre bueno y uno de los escritores más prolíficos y que, sin pretensiones doctorales, mas han hecho por divulgar la historia de Sevilla. El recuerdo de ambos lo tengo presente en este acto.  Julio confesaba que no sabía qué es dejar de escribir porque, igual que respirar, no lo había dejado de hacer nunca. Para Grosso escribir es igual que amar, rezar o comer y decía que se dedicaba a la escritura como salvación de una sociedad que no le gustaba. La escritura le ha servido a más de uno, en muchos casos, como una manera de perderle el miedo a la soledad.

Es también el caso de Carlos G., de quien Antonio Garrido decía que en su dedicación a la escritura,  es ejemplo de un escritor esforzado, que no ha cedido ni a la oportunidad ni a la moda.

Se dice que quien escribe y publica sus pensamientos lo que busca es perpetuar su memoria y aleccionar con su experiencia a los demás. Así, alguien ha dicho que hay todavía demasiada solemnidad en torno a los libros y a la lectura (el chileno de 1975 Alejandro Zambra). Pero fuera de toda solemnidad en nuestro caso, la presentación de un libro es siempre un acontecimiento gozoso.

«La primera intención del novelista es explicarse a sí mismo. Y, para hacerlo, tiene que explicar lo que hay a su alrededor», simplifica Rafael Chirbes. Total que toda obra que explora la realidad tiene necesariamente un fuerte componente ideológico y autobiográfico, se sea consciente o no de ello.

En Andalucía tenemos una pléyade de novelistas importante. Aparte de aquella eclosión de novelística social de los llamados “narraluces”, luego ha venido otras generaciones que han tenido otras perspectivas. Así, sin ir mas lejos, tras Alfonso Grosso, Manuel Barrios, Caballero Bonald, Julio de la Rosa, Antonio Burgos, Eslava Galán, Emilio Durán,  José Antonio Ramírez Lozano,   o Eduardo Mendicuti tenemos a Antonio Muñoz Molina, Juan Cobos Wilkins, Félix J. Palma, Francisco Núñez Roldán, Antonio Soler, Salvador Compán, Isaac Rosa, José María Vaz de Soto, Pascual Garrido, Fernando Azancot y, en fin, Carlos G. Navarro.

Pues bien, nos convoca en esta Sala nuestro paisano, querido amigo y compañero Carlos Guillermo Navarro.  No es necesario dar detalles biográficos. Es suficientemente conocido entre nosotros, aunque lleve mas de 50 años fuera de Utrera. Ahora lo conocen tan bien como nosotros en Málaga, donde fundó una familia y donde ha desarrollado su carrera profesional de jurista al servicio del Ayuntamiento malagueño. Y donde ha tenido siempre una presencia muy destacada, primeramente como autor teatral con el grupo “Cascao”, que fundó a semejanza de los  del “Lebrijano”, “Quejío” y otros análogos que en los tiempos agónicos del franquismo difundían un mensaje de rebeldía contra la falta de libertades, la desigualdad social y el conformismo de la sociedad. Y junto al teatro, el cineclub en el Ateneo, haciendo apostolado durante muchos años de una de sus más vitales aficiones, el cine,  enseñando a su público a ver y comprender  la grandeza y los misterios del séptimo arte. No puede negarse, parafraseando al maestro Belmonte que “se escribe como se es” y Carlos es un vivo ejemplo de la verdad de esa frase. 

Con estas pinceladas comprendemos que Carlos es una persona llena de inquietudes y de interés por la cultura, por conocer y desentrañar los entresijos de la vida, de la sociedad y de la relaciones interpersonales. Forma parte Carlos de ese selecto grupo de personas que, como diría Aleixandre, “no se quedan en la orilla de la vida…”,sino que se mete entre la multitud intentando abrirle camino y señalarle los horizontes, sacar a la gente de la modorra del día a día que adormece los sentidos y tratar de que se ocupen también de lo trascendente.

Esas inquietudes las ha volcado Carlos en la escritura y en sus publicaciones. Ya en 1977 publicó una colección de relatos, “Crónicas narradas”, que dieron paso en 1999 a su primera gran novela, “El toque de rebato”, la novela de cuya preparación sus compañeros le oímos hablar durante muchos años hasta que la parió, novela dura donde hace un análisis quirúrgico de una cierta sociedad de pueblo, vacía y falsa, a la que aplica el bisturí de forma inmisericorde. Tres años más tarde, en 2002, aparece su segunda novela, “Por las rutas de los mares”, que se convierte en una desesperanzada biografía de la soledad de un visionario que al final acabó arrasado por la incomprensión y la envidia.

Pero también hace una incursión por el género policiaco en su novela “Apuntes de una crónica negra”, de 2006.

Su cuarta novela, “El paraíso de las flores marchitas” la firma en 2013 y queda finalista en el Premio Andalucía de la Crítica, que es un impresionante cuadro donde laten a partes iguales la incomprensión, el hermetismo y la violencia entre las personas. 

Pues bien, con este bagaje se presenta Carlos G. este año con su nueva novela, “El Valle de los Riscos”, editada primeramente por Guadalturia, editorial de nuestro inolvidable amigo José María Toro, con quien perdimos a un caballero, a un auténtico paladín de la cultura.

Celebramos hoy su muy cuidada reedición por la editorial “Libros ENCASA EDICIONES Y PUBLICACIONES”.  La portada es muy expresiva de los contrastes violentos que laten en la obra: el valle ameno y tranquilo en primer plano pero al fondo las escarpadas montañas y la negrura del cielo, un abrupto rompimiento que ocupa casi toda la portada. Aparece la belleza oculta por la desolación y un desgarro cósmico que vamos a ir comprobando a medida que avanza la lectura.

El asunto es interesante: La contraposición entre la visión del mundo de los mayores y la de un joven, la vida complicada de los mayores que son observados por éste sin enterarse demasiado de lo que les ocurre. La decadencia de una familia “bien” donde todos terminan siendo unos desgraciados, y el ascenso social de los de abajo, con todas sus connotaciones vengativas.

La novela, que Antonio Garrido denomina “novela iniciática” que se va construyendo al hilo del relato,  va cambiando de ritmo a medida que se complican las situaciones de los personajes. Casi siempre en tercera persona, excepto al principio y en algunos momentos en que el relato en primera persona es más intenso. La novela empieza con recuerdos de un tiempo pasado y no necesariamente el mejor. Quien recuerda es el joven Javier Tena, a sus años una persona centrada, con una vida plena y afortunada. Y recuerda cosas ocurridas hace mas de 30 años,  cuando llega por primera vez a la finca de vacaciones de verano a sus doce años. Allí nacen sus amores inocentes de juventud, que se describe con delicadeza, sus largas cartas ingenuas que escribe a Amparito, su amada imposible. Y el despertar de la sexualidad muy recurrente a lo largo de la novela y donde aparece otra amistad femenina de Javier, menos idealizada, quizás más fácil y mas mundana.

Y recuerda a  la familia de los Robledo que lo acogió, tan representativa de una cierta burguesía pueblerina, donde hay un padre trabajador y buen empresario hasta que cae en el juego y en relaciones turbias que le desacreditan. Hay hijos de papa que no son capaces de ayudar a enderezar el rumbo del negocio paterno, o que dilapidan lo que el padre amasó con tanto esfuerzo. Está la ruina económica y moral, el declive personal del padre de los Robledo. Una madre que en un momento dado se retrata como “un cero la la izquierda”, aturdida con sus rezos y devociones. Hijas que llevan una vida vacía y sin otras aspiraciones ni ocupaciones que buscarse un buen partido, que no siempre será el mejor compañero y tendrán un desenlace una veces traumático y siempre distinto del que se podía esperar  Hay muy diversas y desiguales relaciones de pareja que se hacen, se deshacen y vuelve a rehacerse, en medio de las contrariedades y los desencuentros que se van entrelazando con una muy acertada descripción psicológica de las motivaciones. 

Chicas de servicio , complacientes con los caprichos de los hijos del dueño con los que mantienen relaciones cambiantes, de respeto en ocasiones o de libertades y tolerancias en otras. Criadas que fisgonean en las vidas, que llevan y traen chismes y al final, en el desastre  de la familia a la que sirven, toman otro camino muy distinto para vivir su propia vida.

Y otra serie de personajes secundarios que en un momento dado adquieren protagonismo. Los amigos de Javier, un grupo de chicos del pueblo que se entretienen como pueden en un pueblo sin historia, tan sin historia que ni su nombre aparece por ninguna parte, y en un momento dado esos chicos se complican la vida en exceso. Aparece también un padre y su hija, tan pobres que terminaron encarcelados por robo alimenticio, para matar el hambre de aquellos años tristes de la posguerra por los que deambulaba tanta pobreza y tantas penas. Un asesinato da lugar a una escena durísima, intensa y conmovedora  entre Javier y los padres de la víctima, gente humilde pero llenas de dignidad.. Hay otro robo, este no alimenticio, organizado por gente aparentemente honorable para cubrir gastos inconfesables, y del que al final se culpa a quien nada tenía que ver pero tenía menos defensa que los verdaderos autores, que se van de rositas y encantados de la vida, sin escrúpulo alguno.

Y un personaje clave, Samuel,  que inicialmente trabajaba con los Robledo. Despedido con graves acusaciones, emigró e hizo fortuna y volvió al lugar para recrearse en la decadencia de la familia que lo maltrató y de la que se vengó con frialdad y saña. Es el mal químicamente puro. Garrido dice que si buscamos una línea narrativa fundamental la encontramos en la palabra “venganza”, personificada en éste Samuel.

El narrador es el mismo personaje que lleva el hilo del relato, aunque no es el único protagonista. La novela es más descriptiva que dialogada. Por lo que vamos comentando queda claro que se trata de una obra “coral” donde hay varias historias personales que se entrecruzan, que pueden incluso considerarse independientes, aunque terminen ofreciendo desde luego referencias y concordancias entre si. Hay, en definitiva, una descripción muy gráfica de cada uno de los personajes a los que da vida la novela en momentos cruciales de la vida..

Hay una recreación del paisaje primario y virgen  que emerge a lo largo de los cuatro periodos en que el protagonista principal pasa sus vacaciones en “Los Riscos”, que por cierto no tiene localización concreta como hemos dicho, por lo que puede ser cualquier pueblo de cualquier parte, aunque sí podemos localizarlo en Andalucía. En estos primeros contactos con el lugar Carlo G. se recrea en el paisaje, como un paisajista inglés y retrata los entretenimientos de los muchachos del pueblo, el billar sobre todo, que el mismo autor practicaba en su juventud y no mal por cierto. Y en medio,  descripciones de ambientes de los años 60, de los viajes en tren, de aquellas máquinas de carbón, del traslado de los presos por la guardia civil entre los viajeros del tren.

Y a lo largo de la novela, conforme se van desgraciando los personajes, el paisaje se va volviendo mas hosco y duro. Lo que eran fértiles tierras llenas de amable vegetación termina convertido en un paisaje anodino de urbanización desenfrenada. Antonio Garrido se refería gráficamente a que en la novela se va describiendo la degradación del paisaje pareja a la de las personas que en él se mueven.

El núcleo fuerte de la novela se centra en el amor y la ingenuidad de Javier Tena y su enamoramiento juvenil de Amparito, siempre recordado porque nunca llegaba a más que un deseo nunca satisfecho de estar y compartir. La vida con toda su carga de contradicciones de una familia, la de Don Arturo Robledo y sus circunstancias. Y un circulo colateral de personajes que vienen de la mano de los Robledo y terminan adquiriendo vida propia. Y la muerte, la física de algunos personajes y la moral . En definitiva, la historia de lo que pudo ser y no fue

Y un espectáculo que va de la exaltación de la vida y los gozos de la infancia a la tristeza de la vejez, el declive, el fracaso, la autodestrucción.

El lenguaje es apropiado para cada momento. Lírico y sensorial, sencillo en los momentos iniciales, para ir poco a poco enturbiándose y haciéndose más denso conforme van avanzando los personajes hacia su destino, fatal e inevitable en algunos casos y buscado las mas de las veces. Carlos G,  como ha resaltado Antonio Garrido, es un buen prosista, pero sus obras exigen atenta actitud, porque son densas y hay que leerlas despacio, como lo exige el macizo contenido de los relatos. Párrafos largos cuando describe situaciones o retrata a personajes en sus quehaceres. Frases cortas cuando lo que dice es tan gráfico que solo precisa un armazón liviano.  Hay un juego hábil del lenguaje, que apuntala con fuerza el relato en los momentos más intensos y dramáticos. Porque al fin y al cabo el novelista es muchas veces “un profesional del descontento” 

La crítica ha dicho que son en realidad varias novelas en una. En definitiva, en la novela hay un “corpus” informativo, la constatación de unos hechos que son trasunto de unas vidas imaginadas pero sacadas de la realidad que nos rodea, a lo que se superpone la anécdota argumental, fundiéndose armónicamente en una estructura novelesca compleja y bien trabada.

El relato aparece estructuralmente vertebrado en varias partes, en secuencias alternativas que no impiden las constantes interrelaciones entre los personajes. El trasfondo del relato es figuradamente real, en lo referente al panorama que, con dimensiones generales, le sirve de contexto, como a la mayor parte de los acontecimientos, de las actuaciones más o menos conflictivas de los personajes, de sus móviles, que jalonan el nudo de la novela. 

En una entrevista con el periodista Antonio García Velasco Carlos G. dice de su obra que le “interesa de su narrativa lo que conlleva en sí misma, nunca lo que aporta a la literatura actual, ni siquiera en cualquier otro ámbito regional o más reducido. Lo que si tengo presente es lo que por algunos se ha expuesto como un elemento fundamental de ella, que lo local se convierta en universal. O lo que es lo mismo, que identificándose mis obras con hechos concretos, alcancen perspectivas mucho más amplias”. 

Valoramos el esfuerzo que supone inventar de la nada un mundo de personas y situaciones. Yo sería incapaz de hacerlo y desde ese punto de vista admiro el mérito de su trabajo.

Y termino. Estoy seguro de que la nueva novela de Carlos G. Navarro va a tener muy buena acogida, no solo en su pueblo.  En ella laten los demonios familiares de una sociedad que el autor conoce muy bien, ciertamente. Pero en esos demonios cualquiera puede reconocer muchas connotaciones que le resultan familiares, porque lo es la vida misma que nos rodea. Se mueven por sus páginas personas, imágenes, sentimientos, afectos y desafectos. Es cierto que cada sociedad tiene sus normas y sus costumbres, su propia identidad que la diferencia de todas las demás en lo accesorio. Pero en lo sustancial el ser humano, se mueve por los mismos intereses, se agobia por los mismos problemas y reacciona de forma similar ante las verdades esenciales de la vida.

En definitiva, la novela “El valle de los riscos”  es un trozo de vida intemporal, que se puede situar en cualquier espacio y en cualquier tiempo, y ahí radica el acierto del autor que, no me cabe la menor duda, todos los lectores compartiremos.

Sevilla, 25 de septiembre de 2018

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