Conferencia sobre el libro “El infierno y la brisa” de José María Vaz de Soto. Realizada en la Asociación ASPROJUMA

INTRODUCCIÓN

Buenas tardes a todos los asistentes, Lo primero que voy a hacer es narrar dos himnos de colegio de aquella época,

Fragmento del colegio Colón de los Maristas de Huelva durante la dictadura, que recoge la introducción a la novela.

          “Cantemos hoy la gloria de nuestro hogar segundo; Cariño  acrisolado sepámosle ofrendar; colegio que nos muestra el piélago del mundo y amante nos anuncias las hieles de ese mar”

Fragmento del colegio Salesiano de Utrera, Primer centro creado por Don Bosco.

           “Salve alegre colegio de Utrera. Blando nido de felicidad. Como santa y gloriosa bandera, en el alma te quiero llevar. En tus aulas el niño atesora, a raudales la ciencia y virtud y una virgen que el niño enamora nos gobiernas con cetro de luz”

Arranque especial para saber, pues, cómo afloraban en los colegios autoritarios en aquella época la poesía barata o las frases más empalagosas.                              

Mi exposición no es la de ningún profesor de literatura ni la de ningún crítico que ahonda considerablemente en la totalidad de las obras de un autor, solo la de un buen lector, interlocutor o escritor, que trata de una de las obras de Vaz de Soto, y la forma de emparentarla con la época. Además no consiste esta charla, libro fórum por más, en ahondar en la totalidad de un novelista, sino la discusión, contraria o favorable, que suscita la cuestión que trata. Eso no impide que se concrete el momento en el que surge el autor y se dé una leve reseña de los integrantes de ese momento histórico.

Es un periodo de nuestra historia social y política, autoritaria y dictatorial, de imposiciones, de difícil expresión por parte de quienes pretendieran hablar sobre cualquier idea distinta a la imperante en aquel momento y que rompiera las normas del régimen, como por ejemplo hacer cualquier arte fuera de los cauces oficiales.

Por el contrario, había quien sentía la necesidad de librarse de esas ataduras. Todo esto está en la obra de José María Vaz de Soto, por ser una obra que abarca una de las materias más sensible del ser humano, la educación infantil y juvenil. Y quien mejor que el propio autor el que haga referencia a su vida, y que según dice en ABC,

BIOGRAFÍA

   “Nací en Paymogo (en 1938), provincia de Huelva, un pueblo que está en la comarca de Andévalo. Es casi sierra, pero no es la típica sierra de Huelva, que es más húmeda y más frondosa…

   “A los diez años me pusieron interno en el colegio de los hermanos Maristas de Huelva. Fue un poco traumático. Fue pasar de hacer lo que me daba la gana, de campear por el campo, el pueblo y la playa, a estar allí sometido naturalmente a una disciplina y a una vida muy reglada. Lo pasé mal sobre todo en los primeros años. Naturalmente en el colegio había de todo. Tengo un recuerdo muy bueno de algunos profesores. Esto dependía un poco de las personas. Yo luego escribí una novela sobre el tema del internado, algunos creen que yo tengo una especie de manía contra los colegios internos de la época. Los críticos a fondo, pero no a las personas ni tampoco a la orden que regentaba el colegio

   “A los 16 años me vine a estudiar los dos últimos cursos del bachillerato y el Preuniversitario a un colegio seglar de Sevilla. Empecé filosofía y Letras…Yo tenía la idea de estudiar literatura, y la mejor manera era estudiar Filología Románica. Como aquí no había, al tercer curso me fui a Madrid. Cuando acabé, preparé oposiciones a cátedra de Instituto. Tuve suerte y fui pronto catedrático de Instituto. Mi primer destino fue Vitoria… Estuve allí seis años. Desde allí yo pedía Madrid por aquello de triunfar en el mundo de la literatura. Pero pedía también Sevilla. Al final me dieron Sevilla. Era el año 71 (fecha en que publica la novela que nos ocupa)… He sido catedrático del Instituto Martínez Montañés hasta que me jubilé anticipadamente…Hay un ínterin en que estuve seis años en Francia”.

   Yo amplio que ha escrito en Triunfo, el País, Cambio 16, Diario 16 y desde sus inicios en el diario el Mundo de Andalucía. Finalista del premio Alfaguara por “El Infierno y la brisa”

AUTORES DE LA ÉPOCA

A mediados del siglo pasado, se promovió una modificación estructural y otras de intensificación del campo social, motivado por una serie de narradores que nos dieron una visión de la España de la época. Fueron Miguel Delibes, con “La sombra del ciprés es alargada” 1948; Rafael Sanchez Ferroso con “Alfanhuí”,1951 y “El Jarama”,1955; Carmen Laforet, con “Nada”, 1945;  Carmen Martín Gaite, con “El balneario“, 1955; Ignacio Aldecoa, con “El furor y la sangre”, 1954; José Manuel Caballero Bogart con “Dos días de septiembre” 1961 (primera novela); Camilo José Cela, con “La familia de Pascual Duarte”, 1942; Juan Benet, con “Volverás a región”, 1967; Luis Martín Santos, con “Tiempo de silencio”, 1961, ; Juan Marcé con  “Últimas tarde con Teresa”, 1966; Eduardo Mendoza con “La verdad sobre el caso Savolta1975, José María Vaz de Soto, con “El infierno y la brisa” 1971; Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, nombrado aquí también por si alguno no han leído la nota informativa.

Era el nuevo realismo, que intentaba retratar el momento presente. Igual que ocurrió en el cine con el humor negro español, que aunque distorsionando éste la realidad, exagerarla un poco o acentuar la deformación, procuraba darnos una clara visión esperpéntica de la posguerra.

Atendiendo al concepto de libertad que defendían Vaz de Soto, y casi todos los integrantes de esa generación a la que he hecho mención, y que especificaré posteriormente, en “El Infierno y la brisa”, en el capítulo 10, al hablar de un chaval que huye del internado, dice lo siguiente.

              “Él (Juan José Cervera) no quería estudiar, no tenía gusto por el estudio, y, sobre todo, no quería dejar su pueblo y que lo encerraran en aquella cárcel. Le gustaba el campo; le gustaba andar sin rumbo por las cañadas y le gustaba ir a la era con los trilladores; le gustaba cazar, le gustaba levantarse con las primeras luces…”

Otro ejemplo es cuando huye Juan José Cervera del internado, entonces también acentúa la afirmación de libertad que recorre la novela frente al autoritarismo de los hermanos, curas o asistentes de aquellos colegios.

               “Detrás quedaban las filas, el silencio, los rezos, el madrugar para no ver la aurora ni pisar la escarcha; el acostarse temprano para no oír desde la cama caliente el aullido del viento en la chimenea ni el canto de la lluvia en los cristales… No estaba arrepentido (de escaparse). Aborrecía la sombra del colegio y amaba la luz del campo,… No, no estaba arrepentido: se había escapado una vez y se volvería a escapar cien veces de aquella mazmorra”. La huida se relata con detalles en el capítulo 8 de la segunda parte, que es lo que muestra que es un pasaje del Juan José Cervera. Y se van intercalando a través de la obra, diferentes personajes, hechos y situaciones

De sus obras voy a nombrar solo varias.

“El infierno y la brisa” 1971, “Fabián” 1977, “Defensa del habla andaluz” 1981 “Sabas” 1982, “Despeñaperros” 1988, “Las piedras son testigos” 1994, y “Memoria de un homicida” 2013.

Respecto a “El infierno y la brisa” hay que destacar dos ediciones: la de Edhasa de 1971, que no lleva nombres en los arranques de capítulos por lo que no indica a quien se refiere, solo la semejanza con ciertos detalles de los personajes, nos da esa posibilidad de visión, y la de 2010, la edición de Algaida, que para facilitar la comprensión se establece en cada capítulo el nombre de la persona que lo preside.

¿Por qué esta distinción? Hay quien asegura que es para mejor comprensión de la novela, esta edición se hubo de hacer con el beneplácito de Vaz de Soto. No es menos cierto que la exposición inicial de la novela del 71, pienso, estaría más por la necesidad de la integración del lector en la novela, para que tuviera que buscar sus diferentes conexiones de sus personajes, por lo que Vaz de Soto cuando hizo la obra tendería más a la suposición, sugerencia y conexión algo oculta para que el lector lo tuviera que conectar, más que a la información directa. Constituía un esfuerzo y una mayor riqueza para el lector. Ahora con la identificación de nombre en cada capítulo, todo está más claro y el lector tiene que esforzarse menos. Que sea lo más correcto o no es otro planteamiento.

Hay un ejemplo muy claro. Al hablar de Martín, y  definirlo en los primeros compases de la novela, nos muestra esto que acabo de decir posteriormente, y lo nombra como “La rebeldía del becario”, e igualmente se hace referencia, a su casa de campo, a las gallinas, al corral, etcétera. Dado que era un colegio de pago, y su padre carecía de lo necesario para llevarlo a un colegio especial, es por lo que se equipara beca con la situación campesina de su familia.

El carácter colectivo del alumnado en el colegio, y la situación de hecho fuera del mismo, se entienden con el siguiente párrafo en que piensa también Martín.

         “Era Aurelio Gómez, uno de mis habituales compañeros de aventura y desdichas (Dice Martin). Gómez tenía conmigo un punto en común: la aversión al colegio. Fuera de esto éramos muy diferentes el uno del otro, pero aquel aspecto negativo en que coincidíamos nos unía de tal manera, que llegamos a ser muy buenos amigos”, De aquí, que la situación en el colegio era una; y otra muy distinta la situación fuera de él.     

En mis primeros tiempos del lanzamiento de esta novela, llegué a considerar que cualquiera de los alumnos podía comportarse como lo hacían Luis, Ceballos, Hervás, Lamberto, Floro, o cualquier otro, independientemente de las características personales y del enfrentamiento con cada uno de los curas, asistentes o hermanos, constituyéndose en novela colectiva.

Dicen que cualquier primera obra que se realiza hay que tomarla con mucho cuidado, porque puede tratarse como de un vómito realizado al amparo de una vivencia personal y cuya imaginación se detiene a continuación sin que se produzca ninguna otra obra de tanta importancia. ¿Pero cuál es la causa que nos mueve a discutir o examinar una obra desde esa posición?

Eso es lo que nos mueve a examinar con detalle “El infierno y la brisa”

Esta obra que nos ocupa es la primera que realiza Vaz de Soto y entra de lleno en el campo social. Hizo también novelas policiacas, pero ésta que nos ocupa, trata del mundo infantil y juvenil.

Tuvo a bien Vaz de Soto retratar la vida colegial en un internado, donde el autoritarismo y a veces la sinrazón, los castigos corporales y los espíritus de ánimo, movían a los asistentes, hermanos o  curas a creer que esa forma de enseñanza conseguía fines más apropiados a sus interés educativos.

Cuando hablamos de “El infierno y la brisa”, lo primero que hay que hacer es situarla en el lugar donde transcurre. E independientemente de que no se menciona con plena exactitud los años en que transcurre, se nos insinúa en el texto, los años en los que transcurre, que en el fondo coincide con los de mi propia experiencia personal, y la de otros muchos, en un colegio religioso.

1.- Se habla de cursar Preu. El preuniversitario que se desarrollo por los años cincuentas y sesenta.

2.- Se habla de cuarto y reválida, que era también el sistema que se instaló a mediado de bachiller cuando se acabó con el sistemas de los 7 años de cursos seguidos, que fueron los que vivieron los anteriores representante juveniles.

3.- Y se dice en un párrafo de la novela. “Un día vi una película de Anthony Perkins y Romy Scheider y el gordo ese que siempre mete la pata y que viene mucho a España a ver los toros con un puro, que era para mayores pero que nos dejaron pasar a mí y al Iñaqui porque oímos hablar de ella a dos profesores del colegio y decían que era muy buena…” Los que van al cine fórum que estamos realizando en esta Asociación de Asprojuma, le traerá a la memoria “El proceso” de Orson Welles, película que se estreno en España en 1962. La indeterminación de cuál fue el día nos mete en un periodo que puede englobar varios años; como digo, finales de los años 50 y principio de los 60. No obstante, la novela que nos ocupa, fue finalista del premio alfaguara de novela en 1969, y publicada en Edhasa en 1971.

Era los años en que la decisión de los padres de los alumnos, tenían donde escoger, si era un niño bueno a un internado normal de curas, no hablo de los externos; si era un niño “malo”, yo diría que más bien “travieso”, como se menciona en el libro, a un colegio que se le designaba como correccional.

En “El infierno y la brisa” se dice por boca del protagonista algo semejante: “Pues cuando llegó septiembre y me suspendieron en matemáticas y latín, mi padre me dijo que lo dicho, (que  era enviarlo a un colegio de curas más autoritarios), arregló los papeles y a primero de octubre me hizo ingresar interno en un colegio de Villa Real del que le habían hablado como un internado modelo, con mucha disciplina. Aquí puede decirse que comienza la tragedia de mi vida”. 

Por aquel entonces el correccional se alzaba en Campillo como el mejor en Andalucía, pero también en otros que carecían de ese calificativo, pero que eran colegio de curas, muy centrados en aquella época franquista en el palo y tente tieso, sin posibilidad de replicar de decir o de hablar.

Se trata de visionar una época, la franquista, nada complaciente para muchos alumnos, que solamente veían una enseñanza represora, y donde el castigo se alzaba como la vara educativa por excelencia.

La iglesia estaba en su máximo auge, y los colegios religiosos, Maristas, Jesuitas, Salesianos etcétera, jugaban a ser educadores donde la dureza de mando y el castigo se imponían. Vaz de Soto retrata de forma espléndida la situación de esta educación, a pesar de que, como todos nosotros, teníamos nuestras preferencias referentes a los profesores, donde había unos mejores y otros peores.

Por estos motivos había  cierto desapego respecto a la religión en algunos alumnos, y también en relación a las sotanas. Quien no ha escuchado a los alumnos decir, “He oído ya misa para toda la vida”. El autor del libro relata de uno de sus alumnos: “Luego se dice que éste es un país católico, pero lo es sólo de nombre porque la gente no cumple y ni siquiera va a misa, aunque sí vayan los más instruidos, que tienen carreras o tienen influencias en la nación, pero no los más ignorantes…” Y ansiaba ese alumno la libertad que le daba el ruido de la calle y los días pasados con su novia Sole.

En la novela hay alumnos que pierden la religiosidad, especialmente su sentido de entendimiento con los curas porque la razón de ser del campo de acción de los alumnos, era estar pensando en otras cosas distintas a los estudios, evadirse de la situación, o procurar evitar ser castigado, cuando lo importante hubiera sido la enseñanza. No es que no la hubiera, es que les preocupaban otras cosas.

Cuando el padre ingresa a Lamberto en el colegio religioso especial al que hemos hecho referencia, sin experiencias sexuales y notas malísimas, salvo la experiencia tenida ese verano con Sole, que le marca para toda la vida, no solo por lo que significó cuando le encuentra unos de los padre del colegio una carta dirigida a ella, sino por la forma de enfocar su vida de manera diferente en el internado, sus anhelos, deseos y pensamientos vuelan hacia Sole, ese amor infantil y especialmente único con la cual llega a realizar actos pecaminosos según los hermanos, pero naturales según cualquier muchacho.

El estilo de esta nueva generación de autores, se hace a veces rompedora, fruto del cambio que sufrió la tendencia literaria hacia los años 50, de cuya representación más clara son los ya expuestos.

“El infierno y la brisa” mezcla el tiempo en primera persona con otros capítulos, o espacios determinados, en tercera. Así se va caracterizando los numerosos personajes, a través de uno central, Lamberto, que es quien habla en primera persona y centra la primera y tercera parte de la historia, sin que se pierda el hilo de la acción.

Una de las bases que movía el espíritu de Vaz de Soto en determinados momentos, es ese detallismo, o necesidad de literatura muy concreta, que a veces aflora en otros escritores de la época. Fundamentalmente en “El infierno y la brisa”, nos lleva a un lenguaje singular muy apropiado a los muchachos que lo efectúan, no en complejidad sino a través de la simplicidad, y que nos muestra las diferencias existentes en los alumnos según sus grados de estudios, según están en uno u otro curso.

 Hay ciertos diálogos entre los diferentes alumnos de la comunidad estudiantil, como se demuestra en el capítulo 12, y posteriormente en otros con los mismos personajes, que son Martín, Cevallos, Hervás y Jesús, que son discusiones donde se eleva el tono de conocimiento coloquial de los alumnos en exceso, y empieza el lector a recapacitar si esos muchachos en aquella época hablaban en términos tan cultos, Schopenhauer, Nietzsche y otros autores .

Pero lo que en realidad trata José María Vaz de Soto, dada su capacidad lingüística a través de los estudios que en esta materia ha realizado, es colocar el lenguaje apropiado para cada curso; y así los muchachos de los que hemos hablados son de Preuniversitario, mientras que las redacciones que se recogen en el capítulo 20, es mucho más infantil y redactada con esta mentalidad, porque son alumnos de 4 curso; para luego hacer un distinto tratamiento de contenido y de vocabulario en el capítulo 22, porque son los muchachos de sexto curso. De aquí que se enfoque la palabra y los contenidos de éstas con arreglo a las edades de los hablantes según los años que poseen y cursan, quedando todo perfectamente unificado sobre sus  diferentes mentalidades y el transcurso del tiempo.

Y en este sentido, nos dice Vaz de Soto, hablando de la niñez de uno de los alumnos, “comprendió el significado de algunas palabras… y él escribía diariamente la frase en el ejercicio que el maestro le hacía copiar de la pizarra” “qué significa quebrado” “¿Qué quiere decir obras de misericordia?” “¿Por qué se llama la cruz del valle de los caídos?” Así a medida que avanza el tiempo los alumnos van adquiriendo unos conocimientos acordes con sus edades.

No obstante, como características de algunos escritores de esta generación, intentan romper la simplificación de la estructura del relato, como en “El infierno y la brisa”. Se modifica esta estructura del relato por un cambio de estilo diferentes.

SEGUNDA PARTE

En la segunda parte de la novela se manifiestan los movimientos contestatarios que hay en el colegio por algunos alumnos, y que empieza por ejemplo, por retrasarse en la realización del mandato de los hermanos cuando se le obliga a un alumno a ponerse de rodilla, o cuando se contesta a los profesores, “Pero yo que he hecho”, dice uno cuando se le castiga, “Y por qué yo cuando todos han hecho los mismo” dirá otro, Así mismo dice uno de ellos, “pero que quiere que yo haga. Hace un rato porque llegue el último a la fila me mandó usted aquí, (castigado), alguien tiene que llegar el último hermano”. Se trata de opiniones que chocan con la disciplina de no contestación que tenía que haber en el internado. Es una norma que se daba en estos colegios. Yo presencié a un cura cuando iba a pegar al alumno más grande de la clase, coger éste al cura por las manos y no soltarlo. En ciertas medidas se trataban de respuesta a los desatinos que se cometían de carácter individual, de un alumno contra un profesor. También la define muy bien otro hecho: a un alumno le dijeron en mi colegio, “Da una vuelta al patio”, éste alumno giró sobre sí mismo sin moverse de su sitito, y dio la vuelta. Eran rebeldías individuales, como sucede en gran parte de la novela de Vaz de Soto, como se ha expuesto.

La obra es una clara evidencia en su Primera y segunda parte de una exacta representación de los colegios de la época, donde cada palabra, cada hecho, cada meditación cuadra perfectamente con los regímenes autoritarios de aquellos colegios donde la libertad se perdía con solo entrar en ellos.

He dicho que es curioso cómo no establece nombres preconcebidos en el arranque de cada página en su primera edición, por lo que tiende a identificar o generalizar, y por tanto cualquiera que estaba en aquel colegio era un ser encarcelado. Cuando en un momento posterior, si  alguien hablaba con algunos de aquellos curas, decían, “Eran otros tiempos”. Ya lo recoge Vaz de Soto en el libro, cuando afirma cómo comúnmente se decía, “La letra con sangre entra”.

Hay otro elemento esencial en el colegio la connotación sexual que relata Vaz de Soto. “

         “Pero aquella noche ocurría algo muy raro, y cuando se te acercó el hermano, y te puso la mano encima, no fue para darte los golpes que ya estabas esperando. Tu sorpresa fue enorme al sentir que te cogía por los hombros y te hacía sentar en sus rodillas. Te tuvo así un rato sin decir nada; luego te besó varias veces”.

Tengo que equiparar el concepto de “gacha” que imperaba en otros colegios, como el mío, a cualquiera de estas situaciones reproducidas por Vaz de Soto en “El Infierno y la brisa”, y aunque yo era gacha de uno de los curillas, nunca viví experiencia semejante, ni se me plantearon, sin embargo, eran perfectamente factibles.

un elemento especial en estos capítulos es el despertar a la sexualidad. La madre de uno le dice que “qué hace tanto tiempo en el baño“, (propio también de Buñuel en Tristana)

Esto no quita para que hubiese curas como el padre Ignacio de la novela  como habla Vaz de Soto que eran buenísimas personas. Por lo que salva de este entramado desastroso a otros hermanos de la comunidad.

En esta educación durísima de castigos, es curioso en la novela el carácter psicológico del director intentando deshacer lo que otros impiden que según él llegue a solucionarse por un procedimiento menos dañino. Él lo intenta por el procedimiento de la charla para descubrir a cualquier culpables de la acción del dormitorio, sin que pueda llegar a alcanzar esa posibilidad, motivado por el enrarecido ambiente ya existente en el colegio.

Ocurre final de la segunda parte el encierro en el dormitorio con el enfrentamiento reivindicativo con los hermanos; unos alumnos, en tono revolucionario, y otros en forma de petición de derechos de solicitud meramente.

Esos hechos de lo  ocurrido en el dormitorio sobre la salvajada realizada a uno de los alumnos poniéndole en la cama cristales y pencas, sólo produce el castigo correspondiente de forma colectiva, como tantas veces ocurría, por los hechos individuales de concretos alumnos.

El acto de enfrentamiento es la parte del ideal novelístico en esta obra y las aspiraciones que pretenden los alumnos. Difícilmente se daba esta solidaridad y unión colectiva en su totalidad. El propio Sanz de Soto así lo manifestó sobre la acción colectiva en estos colegios de cualquier levantamiento, referido a los años 1950 o principios de los 60. En el 70, momento en que se escribe la novela, las convulsiones sociales y políticas hicieron llegar probablemente a los colegios estas ideas, pero según lo recogido en numerosos capítulos, no lo veo probable en la época en que se narra. Salvo que sean fruto de un periodo posterior. Sólo una insumisión como la que se ha narrado en el dormitorio podía manifestarse con la consiguiente represión posterior de las expulsiones, como ocurre en la novela

Puede que el estar en Preu, a punto de salir del colegio, se tuviera un concepto más elevado de estos choques. Pienso que la vida autoritaria que se les imponían a los muchachos no daba para llegar a más de lo narrado, o al acto individual de ataque personal. En el capítulo 11, (2ª parte) dice Vaz de Soto “…porque hace unos días le pusieron (a un hermano) algo como quinina en el postre y no hizo exclamaciones ni aspavientos…”, en esta misma página nos indica que “ayer tarde cuando alguno puso pica pica en su silla del estudio, y tras soportar aquellas molestias, tuvo que salir a su cuarto para lavarse y cambiarse de ropa.”  Eran formas individuales de enfrentamientos más alocadas, por lo que la actividad colectiva se centra en que, avanzado el tiempo, el sentido de la democracia trajo este sentimiento de unión.

En La tercera parte de la novela, se vuelve a la estructura del principio, donde uno de los alumnos, Lamberto, se constituye en el eje intermedio en el relato, siendo la primera persona que sobresale sobre las demás, aunque no es menos cierto la importancia que adquieren las anotaciones del cuaderno de Hervás y las redacciones que algunos alumnos van haciendo sobre diversos temas.

Después de ese levantamiento en el dormitorio, que produce el choque entre los alumnos y los hermanos, en cierto modo todo vuelve a su calma donde el director del colegio ha fortalecido su poder con las expulsiones.

Surge el pesimismo, las meditaciones de los alumnos y sobre todo lentamente, poco a poco, se impone el sentido democrático, que es un concepto distinto al de concesión, que en la novela hace que el director consiga por este procedimiento llegar a los alumnos.

En esa parte final aparece el respeto mutuo por esa democratización, solo los más defensores de la revuelta siguen en sus continuas reivindicaciones. Los pasajes ya se democratizan en una época que entendemos ya más avanzada, un periodo en donde se lucha por una mayor libertad y convivencia. Hay unas frases donde se coloca por un alumno el posible término medio entre alumnos y profesores, cuando dice “pues cuando el profesor es demasiado paciente, entonces los alumnos se toman demasiadas confianzas y abusan de él. Esto yo no lo veo nada bien. Pero tampoco veo yo nada bien el que los profesores, por el mero hecho de serlo abusen de los alumnos…” y sigue diciendo “Entonces deben olvidar el enfado lo antes posible, pues si no lo olvidan comienza el rencor”, como se produce en determinados momentos de la novela.

Hay un pasaje que define espléndidamente la razón que empieza a mover a la sociedad, cuando discuten sobre la religión los alumnos Hervás y Jesús. Hervás con su concepto materialista de que la vida es lo que importa, y el de Jesús, cada vez más metido en la religión, donde defienden cada uno sus posturas. De este coloquio se desprende el por qué se salía en muchos casos ateo o con ciertas dudas sobre las congregaciones religiosas.

En el momento que se hacen hombres empiezan a convivir con el sexo, uno de los pocos capítulos dedicado a éste. Y se ve claramente la distancia que existe en este campo entre una libertad pedida de siempre por los alumnos, y una muchacha francesa que no se cohíbe ante nada.

Hay una frase al final que dice “¿Lamentarás la juventud perdida?, de Antonio Machado. Principio básico para ser feliz.

La verdad es que como dice Vaz de Soto, era una época donde la mayoría de los hermanos no estaban preparados para la enseñanza ni tenían preparación, hasta tal punto que pidieron por falta de cualificación y profesorado, y dada la amistad que unía a ciertos padres de alumnos, con los máximos regidores del colegio, que diese clases gratuitas.

La película “Arriba Hazaña” es de 1978. La novela en que se basa, que es “El infierno y la brisa”, es premio Alfaguara de 1969, el lanzamiento al público se hace en 1971. Vaz de Soto decía que cualquier movimiento de protesta  en la época posterior a la guerra civil, en que transcurre la novela, no podía tener ese tono revolucionario. No obstante, el director de la obra cinematográfica estaba en su derecho, si la realiza en 1978, porque ya estamos en un proceso democrático, de atenerse a los acontecimientos de la época del Mayo del 68 francés y la evolución de los acontecimientos sociales y políticos en España.

Reitero que la novela es fiel reflejo de un tipo de enseñanza de una época de los años de 1940, 1950, y principio de los 60, después de la guerra. Que poco a poco y a través del transcurso del tiempo, se van abriendo los cauces para nuevas enseñanzas.

No obstante, abría que examinar detenidamente el final, el capítulo 26, porque es lo que Vaz de Soto ha pretendido en otros muchos casos, “la sugerencia”. Y nos tenemos que preguntar después del estudio de esta tercera parte, si no basta un momento de felicidad para lograrla. Y de esta manera dice,

    “Encendió un cigarrillo y arrojó el humo, en una densa bocanada, por la ventanilla del coche… No recordaba haberse sentido tan feliz desde el día en que salió por última vez del colegio. El colegio quedaba atrás, la vida se ofrecía ante sus ojos. Ahora la vida quedaba atrás y la libertad desplegaba sus alas en las aletas delanteras del coche.

    “Huía. No había podido soportar la prueba, aquellos horizontes mezquinos, aquella monotonía aplastante, aquella sociedad plúmbea. No podía transigir con la mentira, con la hipocresía, con la presión omnipresente. Tampoco podía luchar, había perdido la esperanza. Cuando al remontar la última cuesta del puerto pisó a fondo el acelerador decidido a no torcer el volante, comprendió que la felicidad era ser libre y sentirse libre, y podía durar un segundo”.

Me recuerda exactamente el final de Thelma y Louis

Maravillosa frase para la meditación.

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